Mi viaje: Copenhague-Estocolmo

Hoy más que nunca puedo decir aquello de que lo importante no es el sitio físico al que se viaja, sino aquello que experimentas en todo el trayecto. Vuelvo con el corazón un poco más lleno: de anécdotas, de aprendizajes, de palabras, de sentimientos, de miradas, de magia, de sonrisas y de abrazos que me explotan por dentro.

Vuelvo a encontrarme a la vuelta con esa sensación de que mi sitio no está en donde permanezco, parece que sólo sé ser feliz huyendo de todo aquello que me ata, que me impone horarios y me resta oportunidades para ser libre.

Toca amoldarse, agachar la cabeza y fingir. Sin embargo, cada vez se me hace más complicado volver a disfrazar.

Tengo la suerte de que en mi vida hay pequeños botes que me salvan de esta marea que a veces me arrastra hacía las profundidas del oceáno para que mi cuerpo se hunda. Quizás, afortunadamente, ahora tengo más fuerzas para subirme a esos botes y remar, remar hasta que llega a la isla desconocida.

Me gusta tener cerca a alguien que me escucha y que me entiende, que no percibe en mis palabras una amenaza contra él sino que me apoya y me devuelve una sonrisa en esos instantes en los que me entra el miedo y a mis alas les es más difícil batir. Me gusta esa sonrisa amplia con la que me mira, a veces sin decir nada, pero contándome un montón de cosas en silencio y con la complicidad de quien me respeta y me entiende.

Este viaje a Suecia quizás no ha sido fundamental por las ciudades visitadas, los restaurantes donde hemos comido o los monumentos vistos. No. Lo esencial para mí ha surgido en otros momentos, quizás imperceptibles pero llenos de magia.

Hoy puedo decir que estoy enamorada.